EL CUENTO

 

Erase una vez, en un mundo encantado, que existía una ciudad maravillosa. La mejor zona, al norte, la más alta, con las mejores vistas, estaba abandonada.

 

En ella vivía gente humilde, desde hace muchos años les decían que no arreglaran sus casas, porque, como era una zona muy bonita, vendría un principe cargado de sacos de oro. A todos les daría una casa nueva y dinero para comprarsela. Encantada con la idea, la alcaldesa del lugar estableció relaciones con el principe.



 

 

 Así fueron contemplando cómo se veía desde lo alto toda la ciudad

Desde ella se divisaba los montes vecinos

Como los barrios anexos opulentos

Los vecinos de la zona veían con envidia el nuevo mundo feliz prometido.

Pero la dura realidad vino y el principe no venía con el saco de oro, de hecho poco se le vió por la zona, dicen haberlo visto por tierras lejanas. Tan solo construyó un edificio para la mitad de los habitantes, viviendas que con el poco dinero que obtuvieron pocos pudieron comprar. Otros se fueron resignados a otros lugares, algunos murieron.

Pero todos los que quedaron seguían esperando que se cumpliera la promesa de la alcaldesa y les hiciera la avenida al mundo nuevo.

Sin embargo había otros que tenían mejores casas y podían esperar, aunque ya no sabían muy bien a qué.

Otros hace años les habían obligado a ceder sus negocios y cuando volvían por la zona contemplaban la necesidad de haberse quedado en paro.

Otros veían como sus antiguas propiedades estaban a merced de los escombros y ratas

Ni siquiera la alfombra mágica volaba.

El mundo feliz prometido se encontraba tras alambradas a merced del desorden.

Los vecinos del barrio se empezaron a dar cuenta de que a ellos también les estaban engañando, que vivían junto a esta situación.

Tan sólo negocios ahora no autorizables soportaban el cuento.

Casas abandonadas recordaban otras épocas más felices.

El colegio, donde se hicieron hombres muchos de los habitantes ahora es un erial solitario

Os daré un paseo por la zona:

Casas tapiadas

 Recuerdos a la alcaldesa

Pero como las desgracias nunca vienen solas, gentes provenientes de desgracias mayores fueron poblando lo abandonado, haciendo suyo lo que nunca fue.  

Con el tiempo la alcaldesa comprendió que sus relaciones con el rico principe eran insostenibles, entre otras cosas porque se descubrió casada y con hijos. Abandonó la ciudad dejando eso sí un grato recuerdo a todos mediante unos diavólicos parquímetros.

Dicen que estan buscando a un nuevo alcalde que como Cid Campeador lucharía por un mundo mejor, haciendo justicia, pero pasaría si esto no fuera eso, un cuento inacabable, una historia sin fin, la tierra de nunca jamás.